Hna. Mª Lourdes Caminero
Misionera Eucarística de Nazaret
Misionera Eucarística de Nazaret
El amor tiene una fuente: Dios
a) Dios es
amor (1 Jn 4)
El primer
día se nos habló de la
Identidad Cristiana: El Amor recibido, basándonos en
esta cita de San Juan: «Dios es Amor, y
quien permanece en el amor, permanece en Dios y Dios en él» (1 Jn
4,16). Él es la raíz, la fuente; en esa raíz estamos
enraizados y de esa fuente bebemos.
Y, por
supuesto, si nosotros damos un paso hacia Dios y hacia los demás es porque Él
se ha adelantado hacia nosotros; Él nos ha mirado, se ha fijado en nosotros,
nos ha contemplado, mucho antes de que a nosotros se nos ocurriera mirarlo a
Él: «En esto consiste el amor: no en que
nosotros hayamos amado a Dios, sino en que Él nos amó y nos envió a su Hijo» (1 Jn
4,10).
Y ese Dios
que es Amor, es Padre. ¡Qué ternura la de Dios! Una cita del profeta Oseas: «Cuando Israel era niño, yo le amé... Yo le
enseñé a caminar... Yo lo tomaba en mis brazos... Lo apretaba contra mis
mejillas... Me inclinaba hacia él y le daba de comer». (Os 11,
1.3.4). Israel somos cada uno de nosotros. ¿Me siento así
entrañablemente amado por Dios? Cuando experimentamos esto, nada nos puede
separar de Él, como dirá San Pablo (Cf. Rm 8,35).
Y es que
sí, que Dios nos ha amado primero. Y
lo ha manifestado en la creación entera y en el caminar con nosotros en la historia
de la humanidad. Y
lo ha manifestado en el Antiguo y en el Nuevo Testamento. El amor que vivimos, el amor que experimentamos y que damos, tiene su
fuente en Dios.
b) Dios se
revela en Cristo
Este Dios
que había hablado tantas veces y de tantas formas en el AT, el Dios que había
expresado tan ampliamente su amor en el AT, tuvo su palabra final, proclamó su
palabra definitiva en Cristo. Cristo es la revelación definitiva y perfecta de
Dios. ¿Y qué hizo Cristo? Entre lo mucho que tenemos en los evangelios hay dos
rasgos que hoy nos conviene reseñar:
- Lava los pies a los discípulos (Jn
13,1-11).
- Se vuelca en los necesitados:
Multiplicación de los panes y los peces (Mt 14,13-21). Curación
de un leproso y de un paralítico (Mc 1,40-2,12).
Curaciones en general.
Es decir,
tiene compasión del pobre (compasión, com-padece, padece con), atiende, se
acerca, dedica tiempo, conversa, escucha, toca, cura. Evidentemente, se vuelca
en los necesitados. Su vida para Él no tiene sentido sin darse a los demás.
Dios nos invita a colaborar con Él
Ese Dios,
que vive tan por completo para cada uno de los hombres, cuenta contigo, cuenta
conmigo, nos invita a colaborar con él.
En todo lo
anterior hemos visto que Dios me quiere. Pero,
además, vemos que Dios cuenta con nosotros
para ir a los demás. Dios nos
invita a colaborar con Él. Ya se ha hablado repetidas veces de la parábola del
Buen Samaritano.
En la
charla del día anterior, basándose en la cita de Mt 10, 8: «Curad enfermos, resucitad muertos, limpiad leprosos, arrojad demonios.
Gratis lo habéis recibido, dadlo gratis», se hablaba de la Misión Cristiana. La
Iglesia, Comunidad de Amor, al servicio del amor.
La Iglesia encarna esta misión. Identidad
de Cáritas
Ya en la
primera comunidad cristiana se nos habla del servicio. Leemos en los Hechos de
los Apóstoles: «Por tanto, hermanos,
escoged a siete de vosotros, hombres de buena fama, llenos de espíritu y de
sabiduría, y los encargaremos de esta tarea» (Hch 6,3). ¿Qué
tarea? Preocuparse de los demás. (Diáconos). Diaconía = servicio. Los
Apóstoles, a los que estaba encomendado sobre todo la oración y el servicio de
la palabra, se sintieron sobrecargados y eligieron a los diáconos. (Cf. DCE,
n. 21).
- Como la primera comunidad cristiana (Hch
2,42-47). También lo recordamos, seguro que sí. Aquellos primeros
cristianos «Acudían asiduamente a la
enseñanza de los apóstoles, a la comunión, a la fracción del pan y a las
oraciones». Enseñanza, vida fraterna, Eucaristía y oración. Con esos
pilares ¿a dónde llegaban? Llegaban a que «Todos
los creyentes vivían unidos y tenían todo en común; vendían sus posesiones y
sus bienes y repartían el precio entre todos, según la necesidad de cada uno».
- También en la Carta a los Romanos y a los
Corintios se habla de los pobres. «Por
ahora voy a Jerusalén -escribe Pablo a los cristianos de Roma, dos
versículos después de decirles que se dirigirá España- para el servicio de los santos, pues Macedonia y Acaya tuvieron a bien
hacer una colecta a favor de los pobres de entre los santos de Jerusalén» (Rm
15,25-28). Y en las
recomendaciones finales de esta carta, Pablo les dice a los cristianos de
Corinto: «En cuanto a la colecta a favor
de los santos, haced también vosotros tal como mandé a las iglesias de Galacia.
Cada primer día de la semana, cada uno de vosotros reserve en su casa lo que
haya podido ahorrar, de modo que no se hagan las colectas cuando llegue yo.
Cuando me halle ahí, enviaré a los que hayáis considerado dignos, acompañados
de cartas, para que lleven a Jerusalén vuestra aportación generosa» (1 Co
16,1-3).
Vemos que
se hacen colectas para los pobres de Jerusalén en Macedonia, Acaya, en las
iglesias de Galacia, en Corinto, etc. Y Pablo exhorta a que esto se haga cada
primer día de la semana, cada domingo. Y para hacer llegar las colectas, habla
de que “los que hayáis considerado
dignos” lleven la aportación a los pobres.
a) El
voluntariado cristiano como vocación
1. Hemos sido llamados.
El
voluntariado cristiano no es un entretenimiento, ni una manera de ocupar el
tiempo libre ni sólo una forma de sentirnos útiles y hacer algo por los demás.
Nos hemos
puesto en marcha hacia el mundo de los pobres y hemos puesto nuestra vida a su
servicio no por ocupar el tiempo y buscar un entretenimiento, sino porque nos
hemos sentido llamados a este servicio desde nuestra identidad y compromiso
cristiano.
Nos hemos
sentido llamados. Y llamados a gritos, pues eso significa literalmente vocación. Esta es la clave del voluntariado.
Cuantos trabajáis en Cáritas podéis decir que habéis sido llamados:
- Llamados
a gritos por la pobreza, la marginación, la exclusión social, la soledad, el
sufrimiento de nuestros hermanos. No hemos sido llamados a gritos por el
aburrimiento.
- Llamados
al clamor por la justicia, la fraternidad, la gratuidad del amor, no al clamor
de la diversión, de salir fuera de casa para entretenernos.
- Llamados,
cuantos tenemos fe en el Dios de Jesucristo, por un Dios que tiene entrañas de
amor, que se conmueve ante la pobreza y el sufrimiento humano y nos convoca a
todos a su reino, a una nueva humanidad en la que la vida sea posible para todos,
todos puedan sentarse a la mesa y en la que los excluidos puedan integrarse a
la comunidad y vivir con dignidad.
2. Hemos respondido: «Aquí estoy,
envíame».
Hablar de
vocación es sentir que Dios ha pasado a tu lado, te ha mirado con amor; ha
pronunciado tu nombre y te ha llamado a vivir y a dar vida, a sentirte
profundamente amado y a dar amor. Un Dios que te ha invitado a hacer tuya la
causa del hombre poniendo tus talentos al servicio de la salvación de todo ser
humano y de toda la humanidad.
Y hablar
de vocación es hablar de respuesta. Es reconocer que has
tenido ojos despiertos para ver y oídos abiertos para escuchar. Es experimentar
el gozo de haber tenido y tener sensibilidad interior para conmoverte y un
corazón generoso para responder y entregarte.
Detrás del
voluntariado hay una multitud de hombres y mujeres cristianos que un día oyeron
la llamada del Señor y respondieron con generosidad.
3. Instrumentos para difundir el
amor de Dios.
En
palabras de Benedicto XVI, estos hombres y mujeres han sido llamados a «ser instrumentos de la gracia para difundir
la caridad de Dios» (CIV, n.5) y han ofrecido sus manos, sus
ojos, su corazón a Dios para amar a los pobres como los ama Dios. Así han
llegado a ser instrumentos de un Dios que asume la causa y el lugar del pobre,
realizan su servicio en una comunidad que quiere ser servidora de los pobres a
imagen de su fundador y lo hacen con la radicalidad y la gratuidad del amor.
¡Qué
importante es este criterio de gratuidad! ¡Cuántos fracasos y desengaños nos
evitaríamos si actuamos así...! Ser instrumentos desde la gratuidad y la
radicalidad del amor. Darlo todo por lo que el pobre es, poner lo mejor de
nosotros mismos y de nuestras posibilidades a favor del pobre. Y no esperar
muchas recompensas y gratificaciones ni medir nuestro servicio en clave de las
respuestas esperadas o de los resultados inmediatos, sino descubrir que la
gratificación está en el amor, en el servicio mismo que brindamos.
b)
Enviados en el seno de una comunidad
El
servicio de los voluntarios no es algo puramente personal, sino que Cáritas
realiza su misión en el seno de una comunidad. Los obispos de la CEPS (Comisión
Episcopal de la
Pastoral Social), en el mensaje de este año del
Día de la Caridad, han dicho a los voluntarios: «... Sentíos llamados y enviados por el señor en el seno de la
comunidad cristiana para ser manifestación y testimonio del amor de Dios (...).
Vivid, pues, vuestro voluntariado como una verdadera vocación y vividlo muy en
comunión con la vida y misión de vuestra comunidad cristiana».
El
servicio de los voluntarios no es algo puramente individual que cada uno
realiza a su aire y por su cuenta. Es un ministerio de la comunidad. Es el
gozo de sentirnos enviados por la comunidad y respaldados por ella, puesto que
la caridad es obra de toda la
comunidad. Por tanto no se puede decir “Cáritas, sí, la Iglesia no” o “Yo trabajo en Cáritas, pero paso de la
comunidad cristiana”.
En el “Documento de reflexión sobre la Identidad
de Cáritas”, aprobado por los Obispos de la Comisión Episcopal
de Pastoral Social y publicado en la 52 Asamblea de Cáritas Española en Valencia a 25
de Octubre de 1.997, que aunque hace ya unos años nos puede servir, se señala
con respecto a la “Misión”
que Cáritas tiene encomendada, seis aspectos de su identidad y son:
ASISTENCIA, PROMOCIÓN, CONCIENCIACIÓN, DENUNCIA, FORMACIÓN y COORDINACIÓN. Y
destaco la coordinación.
Cáritas,
definida por nuestros obispos como «cauce
ordinario y oficial de la Iglesia particular para la acción caritativa y social,
está llamada a ser “lugar de encuentro”
de la comunidad cristiana para un mejor servicio a los pobres».
«Es
conveniente que en las diócesis exista un organismo,
presidido y animado por el obispo, especialmente responsabilizado en la tarea
de animación y coordinación. Respetando la naturaleza propia de cada una de las
instituciones y dando a Cáritas la relevancia que le corresponde, dicho
organismo será una plataforma amplia donde se puedan encontrar las
instituciones dedicadas a lo social y caritativo».
La
coordinación es condición necesaria para actuar eficazmente frente a la
complejidad y dimensiones de la pobreza. Esta coordinación debe contemplar:
- Reconocer, animar y apoyar la diversidad de carismas y servicios existentes en
la comunidad eclesial.
- Facilitar
el encuentro, intercambio y colaboración de comunidades, instituciones, grupos
y personas que actúan en el ámbito de la pobreza y la exclusión.
- Vincular
la acción sociocaritativa tanto a la pastoral de conjunto como, en concreto, a
las otras acciones fundamentales de la comunidad cristiana: anuncio del
Evangelio y celebración de la fe.
La Eucaristía, vida y fortaleza del
voluntariado cristiano
a)
Alimentar la fe
El riesgo
del activismo nos amenaza y necesitamos renovar y alimentar nuestra fe.
Recordemos las palabras de Jesús: «Sin
Mí, no podéis hacer nada» (Jn 15,5). Una
caridad sin espíritu no será nunca una verdadera caridad. Y la
espiritualidad que da consistencia a nuestra caridad es trinitaria y es
eucarística. Por eso
Cáritas necesita personas capacitadas profesionalmente pero, sobre todo,
necesita personas configuradas con Cristo en la dinámica de su entrega.
b)
Eucaristía y comunión
La
Eucaristía no sólo es la plenitud de nuestra vida cristiana, sino también la
fuente de donde brota toda su vitalidad. Jesús es el Pan de Vida que se nos
ofrece como alimento (Jn 6, 48 ss). Sólo en Cristo podemos saciar
nuestros anhelos más profundos, nuestro hambre de Dios, nuestra nostalgia
infinita de felicidad y de plenitud. Y no hay manera más íntima y profunda de
unirnos a Dios -mientras dure nuestro peregrinar en la tierra- que recibiéndolo
a Él en este sacramento.
Quien
comulga se une más íntimamente con el Señor Jesús y, por lo tanto, participa
más plenamente de su propia vida divina. La Eucaristía es un adelanto
sacramental de la gloria a la que estamos llamados: la comunión y participación
con Dios-Amor. La Eucaristía nos va asimilando al Cristo que recibimos: «El que me come vivirá por Mí» (Jn 6,57).
La
Eucaristía nos va asimilando a Cristo. Al ser creados para el encuentro con
Dios, lo estamos también para abrirnos fraternalmente a los hermanos en un
dinamismo análogo al encuentro definitivo con el Tú divino. La Eucaristía no es
sólo encuentro con Dios; es también encuentro con los hermanos. En ella, el
Pueblo de Dios encuentra su plenitud de comunión y de participación.
Sacramento
de unidad por excelencia, la Eucaristía es el punto de partida para la
edificación de una auténtica comunión fraterna, fuente de reconciliación.
Comemos el Cuerpo de Cristo para ser nosotros después cuerpo de Cristo para los
demás y hacer de nuestra vida lo que Cristo hace en su entrega. También
nosotros tenemos que decir: “Tomad, comed, mi vida entregada por vosotros...”.
Aquí estoy para vosotros, para todos... Es fácil abrir la boca cuando nos
acercamos a comulgar y decir: Amén. No es tan fácil decir “Amén” cuando los
demás reclaman nuestra vida que ya no nos pertenece...
c)
Solidaridad
Solidaridad
con los pobres y anuncio de un mundo más justo. Dice el Catecismo de la Iglesia Católica,
en el nº 1397: «La Eucaristía entraña un
compromiso a favor de los pobres: Para recibir en la verdad el Cuerpo y la
Sangre de Cristo entregados por nosotros debemos reconocer a Cristo en los más
pobres, sus hermanos (cf Mt
25,40): Has
gustado la sangre del Señor y no reconoces a tu hermano. Deshonras esta mesa,
no juzgando digno de compartir tu alimento al que ha sido juzgado digno de
participar en esta mesa. Dios te ha liberado de todos los pecados y te ha
invitado a ella. Y tú, aun así, no te has hecho más misericordioso (S. Juan Crisóstomo, hom. in 1 Co
27,4)».
La
Eucaristía es el sacramento central de la vida cristiana que nos asimila a Cristo,
poniendo en acción todas las dimensiones del Evangelio en coherencia integral:
la justicia, el amor, la entrega, el servicio, la fraternidad. Los
que se acercan a compartir el pan del cielo tienen que compartir como hermanos
el pan, fruto de la tierra y del trabajo del hombre.
La
Eucaristía compromete a seguir viviendo en armonía con el misterio celebrado,
convirtiendo la vida en ofrenda permanente, siendo testigos de Cristo, fermento
que transforme el mundo.
Quien
participa en la Eucaristía debe estar dispuesto a crear y vivir la fraternidad. Y no
hay verdadera fraternidad si no hay reconciliación; si no se rompen las
barreras que nos dividen, los egoísmos que nos separan, las injusticias que nos
oprimen.
A partir
del encuentro íntimo con Dios, un encuentro que se ha convertido en comunión de
voluntad, tenemos que llegar a tener sus mismos sentimientos. Entonces aprendo
a mirar a esta otra persona no ya sólo con mis ojos y sentimientos, sino desde
la perspectiva de Jesucristo.
De ese
modo, en las personas que encuentro reconozco a los hermanos por los que el
Señor ha dado su vida, amándolos “hasta el extremo” (Jn 13,1). Por
consiguiente, nuestras comunidades, cuando celebran la eucaristía han de ser
cada vez más conscientes de que el sacrificio de Cristo es para todos y que,
por eso, la Eucaristía impulsa a todo el que cree en Él a hacerse “pan partido”
para los demás, y por tanto, a trabajar por un mundo más justo y fraterno.
Así, del
misterio de alianza y comunión entre Dios y el hombre que acaeció en Cristo y
se prolonga en la Eucaristía, dimana toda fraternidad y comunión eclesial.
Porque en realidad ninguna comunidad cristiana se edifica si no tiene su raíz y
su quicio en la celebración eucarística; por lo que debe, consiguientemente,
comenzar toda educación en el espíritu de comunidad.
El 50
Congreso eucarístico Internacional que se celebrará en Dublín del 10 al 17 de
junio de este año, tendrá como lema, “LA EUCARISTÍA: COMUNIÓN CON CRISTO Y
ENTRE NOSOTROS”.
Conclusión
Y ya nada
más, simplemente podemos concluir: Nunca
una parroquia separada de la diócesis. ¡Hagamos el camino juntos! Como los
distintos granos de trigo juntos hacen el pan del altar y ahí está Cristo, así
nosotros: granos de trigo distintos que nos unimos y ahí está Cristo.
Y termino
con una frase de mi Fundador, el Beato Manuel González. Él sabía mucho de
Eucaristía, pero no menos de amor y de entrega a los demás, empezando por los
más necesitados: «Trabajad, trabajad con
vuestros pies, con vuestras manos, con vuestras bocas, con vuestra cabeza, con
todo vuestro corazón...; pero, por Dios, no olvidéis el trabajar de
rodillas..., esto es, descansad un poco ante vuestro Sagrario antes de empezar
vuestros días y vuestra labor y después de darle remate. No hay trabajo más
fecundo que el que se hace de rodillas; y sin él los demás, tarde o temprano,
son infecundos».
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