NOTA DE
PRENSA
El VIII Informe
FOESSA constata que la exclusión social se enquista en una sociedad cada vez
más desvinculada.
El 18,4% de la población
española (8,5 millones de personas) está en exclusión social. Son 1,2 de
millones más que antes de la crisis.
La vivienda se convierte en
el primer factor de exclusión social: Dos millones de personas viven con la
incertidumbre de quedarse sin casa.
El 14% de las personas que trabajan están en exclusión social.
El 14% de las personas que trabajan están en exclusión social.
El
tradicional eje norte-sur de la exclusión social cede ante la consolidación del
eje sur-mediterráneo.
Cáritas. 12 de junio de 2019.- El VIII INFORME FOESSA sobre
Exclusión y Desarrollo Social en España que se ha presentado hoy, en Madrid es, en palabras
de Guillermo Fernández, coordinador de la investigación, “un relato del
momento de incertidumbre en el que nos encontramos y una mirada a nuestra
cohesión social para analizar cómo vivimos y reaccionamos ante la gran
recesión, cómo estamos enfocando la salida y cuáles son las consecuencias de la
crisis en la poscrisis”.
Los resultados
del Informe confirman –como señala Raúl Flores, secretario técnico de la
Fundación de Estudios Sociales y de Sociología Aplicada (FOESSA)— “una
situación que aunque mejora claramente respecto al 2013, que no alcanza los
estándares de 2007 y que, si bien nos sitúa en una época nueva, sigue anclado
en un modelo de desarrollo económico, social y antropológico caracterizado por
una debilidad distributiva, por sus dificultades para no dejar a nadie atrás y
con serias dificultades para afrontar y mejorar la vida de aquellos que viven
la precariedad, de las personas excluidas, de los expulsados que no consiguen
salir del pozo de la exclusión”.
Este VIII
Informe ha sido puesto a punto un equipo de investigación formado por 125 investigadores de 30 universidades y 13
organizaciones de acción e investigación. El trabajo de campo se ha
desarrollado con el apoyo de más de 350
encuestadores profesionales, que han llamado a más de 139.000 puertas de
17 Comunidades Autónomas, recogiendo la información de 29.000 personas de 11.600 hogares, donde se han sentado durante
más de una hora para conocer a fondo su situación.
¿Qué está
sucediendo en nuestro país?
La primera
constatación que recoge el VIII Informe FOESSA es que la exclusión social se
enquista en la estructura social de nuestro país.
Hoy en día,
el número de personas en exclusión social en España es de 8,5 millones, el
18,4% de la población, lo que supone 1,2 de millones más que en 2007 (antes de la crisis). Son el rostro
de la sociedad estancada, un nutrido grupo de personas para quienes “el
ascensor de la movilidad social no funciona y no es capaz de subir siquiera a
la primera planta”.
Dentro de este
sector social, existe un grupo especialmente vulnerable que acumulan tantos
problemas cotidianos que les impide tener un proyecto vital mínimamente
estructurado: son 4,1 millones de personas en situación de exclusión social
severa. Son los ciudadanos sobre los que se ceba la desigualdad y la
precariedad en sus diferentes formas: vivienda insegura e inadecuada,
desempleo persistente, precariedad laboral extrema e invisibilidad para los
partidos políticos.
Dentro de este
grupo en exclusión social severa existe un grupo de expulsados, que
suman 1,8 millones de personas (600.000 en 2007), que acumulan tal
cantidad de dificultades y de tal gravedad que exigirían de una intervención
urgente, profunda e intensa en recursos para garantizarles su acceso a una vida
mínimamente digna.
La
investigación trae, sin embargo, una buena noticia, que está protagonizada por
esa sociedad integrada que representan aquellas personas que no tienen
dificultades para su supervivencia, que llevan una vida digna en términos
materiales y que se ha recuperado a los mismos niveles de antes de la Gran
Recesión. Son el 48,4% de la población.
Se detecta,
sin embargo, una novedad. Dentro de esta sociedad integrada se está produciendo
una reconfiguración en dos grandes sectores: un primer grupo, que es el
mayoritario, denominado la sociedad de las oportunidades, que integra a
dos tercios de la población de España; y un segundo grupo, que conforma lo que
hemos llamado la sociedad insegura y en la que estarían unos 6 millones
de personas.
Este grupo de la
sociedad insegura se mueve en el filo de la navaja. Está en la antesala
de la exclusión. E intuye que ante una eventual acudida, en una nueva
crisis, su sostén económico se quebrará. Le indigna que la sociedad segura se
desentienda del resto y coja más impulso hasta desconectarse. Son los que votan
salir, los que quieren sentir que aún tienen el poder de interrumpir la
dinámica de la sociedad de los seguros y de impedir la entrada de foráneos.
Los que se
encuentran en la sociedad de las oportunidades, en cambio, están en una situación
acomodada, creen tener la razón en sus ideas y en sus prácticas cotidianas.
Consumen en exceso, apenas sin conciencia y tienen capacidad para que se pongan
sus necesidades en la agenda política. Muestran cierta fatiga de la
solidaridad. En realidad, los acomodados no practican la empatía, pues
suelen echar en cara, a los excluidos, su desafección y su responsabilidad por
estar en esa situación y, a los inseguros, que manifiesten su malestar de forma
airada.
Tres
bloques de riesgos sociales
En el VIII
Informe FOESSA se identifican tres bloques principales de riesgos sociales,
que afectan con más fuerza a la sociedad insegura y a la sociedad estancada.
1. La pérdida
de calidad de nuestra democracia.
Estamos
arriesgándonos a que se vacíe de contenido ético y redistributivo, y se reduzca
a un mero expediente político donde se enfatizan las formas y se guardan las
apariencias. Estamos sustituyendo los vínculos por las conexiones. Las
personas con bajos ingresos y en exclusión social participan menos en los
procesos electorales: se registran tasas de hasta el 75% de abstención en
los barrios más desfavorecidos, que constituyen un precariado político que
no participa en los canales tradicionales de representación.
Esto provoca
que su voz desaparezca de los procesos electorales. Si las personas excluidas
no votan, no entrarán en la agenda política, y si a la agenda política no le
interesa fomentar su voto, esto ahondará más en su situación de exclusión
social.
2. La
desigualdad en sus diferentes dimensiones.
En primer
lugar, la vivienda es un motor elemental de la desigualdad y un factor clave
en las dinámicas de exclusión social. El acceso a una vivienda digna se ha
convertido en un derecho inaccesible para muchas familias, que sufren la
inseguridad y la inadecuación de su hogar, y tiene una influencia notable sobre
los recursos económicos, sobre el estado de salud y sobre los proyectos vitales
de los más jóvenes.
- En los últimos dos años el alquiler ha subido un 30%.
- Dos millones
de personas viven con la incertidumbre de quedarse sin vivienda.
- El 11% de la
población vive bajo el umbral de la pobreza severa, una vez descontados los
gastos o deudas relacionadas con el pago de la vivienda y los suministros de la
misma.
En segundo
lugar, el desempleo. A pesar de su reducción progresiva, es una realidad
persistente y ahora menos protegida, lo que, junto con la precariedad,
manifestada en temporalidad, parcialidad e itinerarios cíclicos que alternan
períodos cortos de empleo con otros de desempleo, generan trabajadores pobres y
excluidos, y limitan las posibilidades de integración de muchos colectivos.
La desigualdad
en el mercado de trabajo está imponiendo el discurso de que el éxito final
reside en la consideración del empleo como un privilegio y no como un
derecho. Es, además, un privilegio con respecto a los demás. La precariedad
laboral se ha convertido ya en una forma de vida de forma estructural en nuestra
sociedad.
- El 14% de las personas que trabajan están en exclusión
social.
- Uno de cada tres contratos temporales dura menos de
siete días.
- El 15,1% de los hogares sufre inestabilidad laboral
grave (son hogares en los que la persona principal ha pasado por 6 o más
contratos, o por 3 o más empresas, o ha estado 3 o más meses en desempleo
durante el último año).
- Aunque se ha conseguido reducir la exclusión por el empleo
en un 42%, sin embargo 1 de cada 4 personas activas del conjunto de la población
se encuentran en situación de exclusión del empleo. Si miramos solamente a
las personas en exclusión social, serían 1 de cada 2.
- El 20% de
las personas en hogares con al menos una persona desempleada no ha realizado
ninguna formación ocupacional en el último año.
Una
característica que nos diferencia de otros países de nuestro entorno y de un
tamaño y desarrollo similar es que en la exclusión social en España va de la
mano la mezcla de baja calidad en el empleo y costes elevados de la vivienda.
El 37% de los excluidos del empleo lo están también en la vivienda.
En tercer
lugar, las familias con niños y la juventud están más expuestos a la
exclusión social.
- El 33% de las familias numerosas y el 28% de las
familias monoparentales se encuentran en exclusión social.
- El 21% de todos los hogares con menores se encuentran en
exclusión social.
- La Encuesta
FOESSA constata que cuando uno nace y se cría en un hogar con escasos bienes
materiales y con ingresos reducidos aumentan las probabilidades de instalarse
en el pantano de la vulnerabilidad. Los que se criaron entre dificultades
duplican a los que no crecieron entre penurias: esta es la marca de la
transmisión intergeneracional de la pobreza. Y esa marca no para de
crecer.
En cuarto
lugar, las desventajas de las mujeres para vivir de forma integrada afectan
a todas las dimensiones de la exclusión social. Destaca la brecha de
ingresos en el empleo y en las prestaciones, su mayor riesgo de
empobrecimiento, su acceso más precario a la vivienda, las diferencias en el
estado de salud y la mayor exposición a situaciones de aislamiento social.
- Una mujer necesita trabajar 1,5 horas más al día para
ganar lo mismo que un hombre. Si esa mujer es inmigrante, 2 horas más.
- Cuando una
mujer es la sustentadora principal del hogar tiene más problemas económicos
para acudir a ciertos servicios médicos (odontología, tratamiento
psicológico, podología).
- Los hogares sustentados por mujeres tienen que reducir
con más intensidad los gastos de suministros de la casa y los gastos en
comunicaciones. Y tienen más retrasos en los pagos de recibos o en los
pagos de alquiler de la vivienda.
- Soportan,
además, mayor volumen de amenazas de pérdida de vivienda, mayores
cambios de residencia, mayores estrategias de tener que compartir casa con
gente que no conocen, o tener que alquilar una habitación a otros, o mayores
retornos a la casa paterna.
Por último,
están los riesgos frente a la salud.
- La exclusión social y no la pobreza monetaria tiende a
duplicarse en las personas con discapacidad. El 30% de ellas se
encuentran en situación de exclusión social y un 16% en exclusión social
severa, el doble que las personas sin discapacidad.
- El 8,8% de la población ha dejado de comprar medicinas,
seguir tratamientos o dietas por problemas económicos.
- El 15% de la población no puede acceder a un tratamiento
bucodental porque no se lo puede permitir.
3. Los
riesgos sociales derivados de los fenómenos demográficos
Estos
fenómenos, que se producen en el largo plazo y que no han sido abordados de
forma adecuada en nuestros sistemas de protección social, originan un
incremento progresivo de la necesidad de cuidados. En España, a fecha de hoy,
la familia, y especialmente las mujeres, es el eje del que se sostienen los cuidados
y la sostenibilidad de la vida.
El aumento de
la esperanza de vida y de la longevidad, los cambios en las pautas
reproductivas y las modificaciones en las estructuras de los hogares y en la
organización de las familias han conllevado cambios significativos en el modelo
de sociedad.
- 1 de cada 3 hogares necesita cuidados bien por crianza,
por edad avanzada, por dependencia o por enfermedad.
- En el caso de edad avanzada, enfermedad crónica o
discapacidad, el 27% de los cuidadores principales son hombres de la familia,
el 64% son mujeres de la familia, el 7,8 son personas remuneradas o
contratadas y el 1,2 es la Administración.
- El familismo
está encontrando nuevas formas de expresión a través de la mercantilización
de los cuidados. Si esta es la respuesta a los cuidados, aquellos que no se
los puedan pagar caerán en la exclusión social.
Cambios en
la distribución territorial de la exclusión
Sobre el
impacto geográfico de los riesgos sociales señalados, quizá uno de los datos
más relevantes que presenta el VIII Informe FOESSA sea el de la distribución
territorial de la exclusión social en España.
Si
tradicionalmente España se ha explicado en términos de norte-sur, un norte rico
y un sur pobre, esa fotografía sigue siendo cierta solo si pensamos en términos
monetarios. Sin embargo la fotografía de la exclusión ofrece otra visión. Los
datos de FOESSA permiten afirmar que se consolida el eje sur-mediterráneo en
la exclusión social.
Este mapa
demuestra los diferentes modelos de integración que coexisten en nuestro país,
así como la fuerte diversidad territorial en lo que respecta a las distintas
capacidades existentes en el territorio del Estado, tanto de desarrollo
económico como social y de relaciones de ayuda mutua.
La
evolución de las políticas sociales
El Informe
analiza también los recortes que han sufrido los servicios públicos
fundamentales en los últimos años (educación, sanidad, dependencia), que
han afectado a la accesibilidad, disponibilidad, asequibilidad y adaptabilidad
de los mismos a las situaciones de mayor precariedad.
Las
desigualdades han ido en aumento en el caso de la sanidad, donde, por
ejemplo, en 2019 no se ha recuperado todavía el nivel de gasto sanitario de los
recortes iniciados hace diez años. Y, particularmente, en el sistema de
dependencia. No obstante, la crisis ha sido también una oportunidad para
acometer mejoras en coordinación y eficiencia.
Destaca el
retroceso registrado en el impacto del efecto sustitución que se ha dado, por
ejemplo, en la extensión del seguro privado de salud como compensación a
las deficiencias del sector público sanitario: el número de personas con
cobertura sanitaria privada aumenta del 13,3% en 2012 al 16,3% en 2017.
En el caso de
la educación, cabe destacar también el aumento de la ratio de alumnado y
la carga electiva para el profesorado o las dificultades para la obtención de
una beca.
Asimismo, la
rama de los servicios sociales ha sufrido la presión de una creciente
demanda social con recursos menguantes, deficiencias críticas y amplias
desigualdades territoriales en su oferta. Y las políticas de vivienda
durante la crisis no han podido sentar las bases de un sistema residencial que
garantice a las personas más necesitadas el acceso a una vivienda digna.
Las prestaciones
familiares y por hijo a cargo han seguido, también, una evolución
declinante que les ha incapacitado para hacer frente con eficacia al reto de la
pobreza de los hogares con niños, En doce años, la cuantía por prestación por
hijo cargo solo ha subido 5 céntimos mensuales (de 24,25 a 24,30 euros
mensuales).
Finalmente,
los esquemas de garantía de ingresos mínimos en España, con sus diversos
subsistemas, han sufrido reformas permanentes o desarrollos con muy diferentes
efectos en cobertura e intensidad protectora. Su característica definitoria es
su limitada cobertura y su baja intensidad protectora, que reduce su
capacidad para paliar la pobreza relativa, aunque sí la severa.
¿Cómo
estamos reaccionando los ciudadanos?
El VIII
Informe FOESSA indica que la ciudadanía sigue apoyando el Estado de
bienestar como mecanismo de protección social. Más que antes, se pide al
Estado que intervenga para conseguir una sociedad más igualitaria, para
garantizar el derecho a la salud o a la educación y para protegernos de la
pérdida de ingresos derivada de situaciones de vejez, enfermedad o desempleo. Los
ciudadanos no consideran creíble el discurso sobre el «excesivo» gasto social.
Junto a ello,
sin embargo, vivimos un cuestionamiento del sistema fiscal, tanto desde
el ámbito político como ciudadano, y cierta fatiga de la compasión en
nuestra sociedad. Disminuye la disposición a pagar los impuestos necesarios
para financiar las políticas de bienestar y la sociedad española siente
desconfianza ante el sistema fiscal y la clase política encargada de
gestionarlo.
Esta fatiga
de la compasión está generando perfiles críticos con las ayudas sociales. Más del 50% de la población
expresa que ahora ayudaría menos que hace diez años, aunque seguimos siendo
uno de los países donde existe un grupo mayoritario de ciudadanos que piensa
que las ayudas sociales no vuelven perezosas a las personas.
Aunque las
personas más afectadas por la crisis y que menos se han recuperado en la salida
de la misma son las que están en las capas más humildes de la sociedad y
quienes necesitarían más esas ayudas, el sentimiento de las clases medias es
el de grandes perdedoras, lo que provoca que miren hacia el futuro con gran
incertidumbre y pesimismo.
Muchas
personas están instaladas en el miedo ante una sociedad del descenso y de
pérdida de estatus, que es estimulado desde algunas instancias políticas y
mediáticas en un irresponsable juego que genera tensiones y problemas allí
donde no los había, como es, por ejemplo, el de la xenofobia. Dos datos:
- Las
personas inmigrantes aportan el 10% de los ingresos de la Seguridad Social y
sin embargo, el 50% de la población española piensa que reciben más de lo que
tributan.
- En el espacio de la exclusión social, el 80% de las
personas son españolas, sólo el 20% son inmigrantes.
- Solo
aproximadamente el 4% de la población piensa que la inmigración es el primer
problema de este país. España es uno de los países donde en menor medida se
expresan opiniones abiertamente xenófobas y se producen menos fenómenos de
rechazo.
Revertir la
sociedad desvinculada
Para poder
enfrentarnos al futuro, perder el miedo y fortalecer los mecanismos de
inclusión de la ciudadanía en nuestra sociedad, los autores del Informe
plantean un conjunto de grandes conversaciones cívicas que adecuen
definitivamente nuestra forma de convivencia ante este proceso de mutación
social que en el Informe se denomina la sociedad desvinculada.
Destacan tres
retos.
1. Crear un nuevo escenario con responsabilidades
compartidas, de dialogar en torno a la creación de un sector público
compuesto por el espacio de trabajo conjunto de las Administraciones públicas,
las entidades no lucrativas y las empresas sociales, con las iniciativas
ciudadanas y profesionales.
2. Reflexionar sobre si queremos garantizar el acceso a la
supervivencia de las personas a través de mecanismos de prestaciones y rentas
condicionadas o mediante fórmulas de rentas garantizadas. Es decir,
responder al reto de cuánta es la carga que queremos poner sobre los hombros de
los pobres para poder ayudarles. Y respondernos, incluso, si a veces ser pobre
es un delito.
3. Conseguir
que las personas, inmersas en un mundo que promueve el individualismo, accedan
a convertirse en una comunidad para facilitar el acceso de terceros. La pregunta
está en cómo hacer que la ciudadanía colabore, lo que no se consigue ni a golpe
de decreto ni por presión.
Las
organizaciones cívicas y solidarias se mueven en un terreno de falta de recursos y de un cierto
descenso de confianza. La diferenciación entre quienes merecen o no ayuda
pública o protección social se está convirtiendo en un elemento clave para el
soporte de estas entidades.
En el VIII
Informe FOESSA se apunta que es imprescindible un liderazgo social, que,
aunque a pequeña escala, puede generar movilización ciudadana y aportar
proyectos que pueden ser replicados o repensados en otros lugares. Se trata
de una construcción de abajo a arriba, que pueda revertir la senda de
desconfianza y aislamiento que las estructuras están promoviendo.
Como se ha
señalado en la rueda de prensa, “hoy, que se están negociando los pactos que
determinarán quién dirigirá el Gobierno, las CC.AA o los Ayuntamientos, tenemos
que preguntarnos si queremos afrontar cómo recuperamos para la sociedad a ese
1,8 millones de personas expulsadas, cómo podemos llegar a un acuerdo para
evitar la exclusión social grave de 4,1 millones de personas, cuál es nuestra
voluntad de construir sociedad o de seguir permitiendo que cada cual, en
función de dónde ha nacido, la familia que ha tenido o el patrimonio heredado,
resuelva cómo estar integrado”.
En palabras de
Guillermo Fernández, “el reto está en saber —y poder— construir consensos, y la
herramienta que parece clave en estos momentos es la construcción de un tejido
social capaz de pensar en común los diversos aspectos para que nuestra vida sea
realmente social”.
“Vivimos en
una sociedad desvinculada, en la que cada vez es más difícil hacernos cargo de
los que se quedan atrás y, por ello, necesitamos re-vincularnos, un objetivo en
el que la construcción de comunidad tendrá un papel esencial. Esta es la tesis
que defiende el conjunto de este proyecto del VIII Informe FOESSA”, añadió.
Cierre de
ciclo
El VIII
Informe FOESSA supone el cierre de un ciclo de análisis que se iniciaba en los
momentos previos a la crisis económica. Como explica Raúl Flores, supone el
capítulo final de una trilogía dedicada a tres momentos esenciales en nuestra
historia reciente.
- 2007-2008 El momento de máximo crecimiento económico previo
a la crisis, analizado en el VI Informe FOESSA.
- 2013-2014 El momento de máxima exposición de la población a
los efectos de la crisis económica, analizado en el VII Informe FOESSA
- 2018-2019 El
momento posterior a una recuperación económica constante de 4 años, que
analizamos en este VIII Informe FOESSA.
La Fundación
FOESSA se constituyó en 1965, con el impulso de Cáritas Española, ante la
necesidad de conocer, la situación social de España de forma objetiva y
persistente como alternativa y complemento a las iniciadas políticas de
desarrollo creadas en nuestro país en esos momentos.
Desde su
origen, tal y como subrayó en la presentación Natalia Peiro, secretaria
general de Cáritas y directora ejecutiva de la Fundación, los Informes
FOESSA (1967, 1970, 1975, 1980-83, 1994, 2008 y 2014) “han marcado hitos en
el conocimiento de la situación social de España a través del análisis de los
procesos en que se manifiesta la evolución social, así como las estructuras y
tendencias que se corresponden con esos procesos”.
“La vocación
permanente de servicio de la Fundación –añadió— al conocimiento de la realidad
social de nuestro país es un compromiso impulsado por Cáritas, desde el
convencimiento de que no es posible actuar en la realidad social de la pobreza
y la exclusión si no contamos previamente con un conocimiento profundo y
exhaustivo de la misma que nos permita afinar las respuestas y acompañar de
manera eficaz a los destinatarios de nuestra acción”.
Para la
secretaria general de Cáritas, “nuestro mayor interés es lograr que esta tarea
investigadora de FOESSA se realice desde la mirada de las personas perdedoras,
de todos esos descartados a los que se refiere el papa Francisco y a los que la
Confederación Cáritas sitúa siempre en el centro de sus actuaciones”.
Prensa:
Angel Arriví (91.444.10.16 - 619.04.53.81) - Ana Abril (91.444.10.15 –
661.20.79.41)
ANEXO
explicativo
Exclusión
social es la
pérdida de integración y de participación del individuo en la sociedad. Es la
falta de participación en la vida social, económica y cultural de sus
respectivas sociedades debido a la carencia de derechos, recursos y capacidades
básicas que hacen imposible una participación social plena.
Es
imposible medir la exclusión social con una simple tasa de pobreza ni tampoco
con la denominada tasa AROPE, que mira 3 indicadores (pobreza, privación
material y baja intensidad laboral). Sin cuestionar su utilidad, estos
medidores no son suficientes para los objetivos marcados en la investigación.
Por esa
razón, FOESSA utiliza 35 indicadores que miden la participación en el empleo,
en la capacidad de renta y en el acceso a derechos básicos (como la vivienda,
la salud, la educación o la participación política), así como la ausencia de
lazos sociales (soledad) y las relaciones sociales conflictivas.
Cada uno de los 35 indicadores identifica situaciones de
exclusión social, la mayoría de los cuales tienen un carácter extremo que
afecta a proporciones pequeñas de hogares. La cantidad de indicadores afectados
y el peso que tiene cada uno de ellos genera una suma de puntos de exclusión
social que permite dividir a la sociedad en 4 espacios: el de la integración
plena, la integración precaria, la exclusión moderada y la exclusión severa.
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