lunes, 27 de junio de 2016

LA ASAMBLEA GENERAL DE CÁRITAS APUESTA POR SEGUIR PONIENDO A LA PERSONA Y EL BIEN COMÚN EN EL CORAZÓN DE LA VIDA SOCIAL

Más de 150 directores y delegados de las 70 Cáritas Diocesanas de todo el país se dieron cita en El Escorial los días 24 y 25 de junio
Los días 24 y 25 de junio se celebró en la localidad madrileña de El Escorial la LXXIII Asamblea General de Cáritas Española, una cita anual a la que han asistido más de 150 directores y delegados episcopales de las 70 Cáritas Diocesanas de todo el país.
Presididas por monseñor Atilano Rodríguez, obispo de Sigüenza-Guadalajara y responsable de Cáritas en el seno de Comisión Episcopal de Pastoral Social, y por Rafael del Río, presidente de Cáritas Española, que dirigieron sendos saludos a todos los participantes, las sesiones comenzaron con una ponencia marco sobre el tema “El ejercicio de la caridad en un nuevo contexto. ¡A vino nuevo, odres nuevos!”, a cargo de Francisco Lorenzo, coordinador del Equipo de Estudios de Cáritas.
A lo largo de las dos jornadas, junto a la presentación del Informe general por parte del secretario general de Cáritas Española, Sebastián Mora, se abordaron temas estatutarios, como la aprobación del presupuesto para el próximo ejercicio. Asimismo, los asistentes aprobaron por aclamación la declaración final que se recoge a continuación.

LXXIII ASAMBLEA GENERAL DE CÁRITAS ESPAÑOLA
24 y 25 de junio de 2016
Declaración Final
Al término de la LXXIII Asamblea General de Cáritas Española, reconociendo la complejidad e incertidumbre que se vive en el ámbito político y social, queremos volver nuestra mirada a un mundo que sigue “gimiendo y llorando bajo dolores de parto” (Rom 8, 22). Como discípulos de Cristo sentimos como propios “los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren” (GS, 1) y manifestamos, una vez más, nuestra vocación de servicio y entrega a los descartados y empobrecidos de nuestras sociedades.
Nos hacemos eco de la realidad de las personas en situación de mayor vulnerabilidad a las que acompañamos cada día y sobre cuyos derechos fundamentales hemos llamado la atención de los representantes políticos y los agentes sociales en nuestro documento de Propuestas políticas. Esta ha sido la respuesta de la Confederación Cáritas en España a la apelación del Papa Francisco a “ayudar a los demás a cambiar el curso de la propia vida” y a ser “la sal, la levadura y la luz que ofrece un faro de esperanza a los necesitados” (Mensaje a la última Asamblea General de Cáritas Internationalis).
En la instrucción pastoral Iglesia, servidora de los pobres, los obispos españoles alertan de manera valiente y clara sobre la pérdida de primacía del ser humano en nuestra vida social y política. Se está consolidando en las relaciones sociales y económicas un proceso de vaciamiento de lo humano que relativiza la inviolable dignidad de las personas para convertirlas en un mero producto. Hoy, desde el Evangelio de la misericordia, es preciso seguir demandando la necesidad imperiosa de poner en el corazón de la vida social la centralidad de la persona y el bien común como horizonte político de nuestro mundo.
Cuando el pasado 6 de mayo el Papa Francisco recibía en Roma el Premio Carlomagno, finalizaba su discurso con estas hermosas palabras: “Sueño una Europa de la cual no se pueda decir que su compromiso por los derechos humanos ha sido su última utopía”. Una Europa que soñó con ser casa de hospitalidad y que se ha convertido en fábrica de expulsiones; que anheló ser cuna del desarrollo social del mundo y que ha extraviado su “alma humanista”.
La crisis intensa de estos años, que ha erosionado la cohesión social de nuestras sociedades, está culminando con un abandono profundo y atroz de los derechos humanos de millones de personas. Es una crisis económica con profundas raíces morales, que trasluce también una radical fractura de sentido y de referentes.
Queremos poner en el centro de nuestro corazón a las personas migrantes y refugiadas que, desde los países del Sur, las fronteras europeas o nuestros propios barrios, siguen experimentando los efectos de ese escandaloso proceso de descarte de lo humano.
El Espíritu nos mueve, también, a acercarnos de forma preferente a los hogares que sufren exclusión severa, a los trabajadores víctimas de la precariedad laboral y a los jóvenes sin perspectivas de futuro sean el foco de atención preferente de toda la vida social. Y aspiramos a que todos aquellos expulsados del bienestar sean la médula de las políticas sociales y de un nuevo modelo de economía social inspirada por la solidaridad y la sostenibilidad. Desde el Evangelio de la justicia, soñamos y luchamos para que los “últimos sean los primeros” (Cfr. Mt, 20,16) tanto en las políticas como en las preocupaciones ciudadanas.
En este contexto, vemos con esperanza cómo las comunidades cristianas, las Cáritas parroquiales y las organizaciones sociales de diversas creencias y condición han reforzado su compromiso con las personas y familias excluidas. La Buena Noticia surge en medio de la desesperación, del dolor y de la injusticia. La esperanza, sin embargo, no es una mera aspiración o una tendencia. Hay que reconocerla, recrearla y contagiarla día a día. Este es el distintivo significativo y profético de nuestra acción, que conlleva no perder nunca el foco de la dignidad y la justicia con una actitud atenta y activa. La nuestra es una apuesta por una esperanza:
-      Que nos aproxime a nuestros hermanos y hermanas migrantes que, como Cristo dolientes de nuestros días, están siendo crucificados por la indiferencia y la injusticia en múltiples fronteras de nuestro mundo.
-      Que sepa “escuchar tanto el clamor de la tierra como el clamor de los pobres" (LS 49) porque “si cuidas el planeta, combates la pobreza”.
-      Que denuncie, con profunda espiritualidad, la vulnerabilidad de unas sociedades que descartan a los más pobres, y hacen de la exclusión una herencia y de la precariedad un instrumento de desarrollo económico.
-      Que nos implique, desde la responsabilidad que brota del Evangelio, en la tarea de extender, defender y practicar los derechos humanos como indicador esencial de desarrollo en la construcción del Reino de Dios.
Todas las personas, las comunidades y la ciudadanía estamos convocados a construir otro mundo desde la “inseparable preocupación por la naturaleza, la justicia con los pobres, el compromiso con la sociedad y la paz interior" (LS 10). Esta es la misión y vocación a la que los participantes en esta Asamblea General nos comprometemos desde la radical llamada que nos lanza el Evangelio de la justicia y la misericordia.

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